"Finalmente se sentó frente a la taza de café humeante. Dudó por un segundo si no era más apropiado postergar el sabor para que el deseo lo tornase más intenso. Pero luego caviló que la duda misma era un infierno que no le estaba permitido sino a los aventureros y herejes. Al fin y al cabo él era un hombre perezoso y obediente, y un simple placer del gusto no le iba a tentar en la búsqueda de nuevas sensaciones. Bebió un sorbo y sintió una cierta culpa al disfrutarlo, pero se supo feliz de saber que ése era su infierno: lleno de pequeñas culpas, predecible, pequeño, burgués e inmutable. Un infierno delicioso y seguro."
Marcelo Vía, Las vidas de Hécate, 1927.
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