"Pronunciaba cada sílaba con la solemnidad interior de un místico enamorado. Pasaba su dedo índice por las palabras, más para complacerse en ellas que para marcar su paso. Fijaba su vista en el fondo de las letras como quien tiene una visión del todo que comprende las sombras del Libro. Y entonces, sólo por un instante tuvo esa visión que está vedada a los comunes hasta que un rayo lo fulminó, y el polvo de sus cenizas fue todo el testimonio de aquella usurpación divina."
Felipe Mondanel, Sobre las delicias y riesgos de la lectura, Buenos Aires, 1947.-